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El vino está de moda y una de las aspiraciones habituales de muchos #winelovers es llegar algún día a elaborar el suyo propio. La posesión de una bodega se ha convertido en símbolo de prestigio social y una de las cosas que llena de mayor orgullo es descorchar una de tus botellas y regalarte el oído con halagos después de ofrecerla para degustar.

Si bien montar una bodega son palabras mayores, elaborar vino de manera artesanal es relativamente sencillo. No requiere una inversión demasiado costosa, puesto que venden equipamiento a pequeña escala, por lo que cada vez es mayor el número de aficionados que se anima a ello. Eso sí, advertir de que no con la misma facilidad que supone adquirir un kit para fabricar tu propia cerveza,… que así se las ponían a Felipe II (o a Fernando VII, para los más puristas).

A la hora de afrontar esta empresa hay que partir de la base de que hay que contar con un espacio adecuado. No se te ocurra plantearte hacerlo en un piso. Una lonja o un garaje pueden ser los lugares idóneos, eso sí con buena ventilación para evitar “sustos” durante la fermentación.

Si no tenemos vides nos proveeremos de materia prima comprándosela a cualquier viticultor próximo (es importante que la uva una vez recolectada sea trasladada inmediatamente). Los precios varían ostensiblemente dependiendo de las zonas y variedades. Un rendimiento de un 75% está dentro de la media por lo que habrá que calcular que de cada kilo de uva obtendremos una botella del formato habitual de 750 ml.

Una vez metidos en faena conviene contar con una pequeña despalilladora -existen de tracción manual e incluso a motor por unos 300 €- para separar los granos de uva de la raspa del racimo, evitando que aporten sabores vegetales y astringencia desagradables, y estrujarlos ligeramente.

Si vamos a elaborar tinto habrá que disponer de un depósito con capacidad suficiente para el proceso de maceración del mosto con el hollejo y primera fermentación, siendo interesante un segundo para llevar a cabo los trasiegos, y la posterior fermentación maloláctica. El acero inoxidable es una buena opción y pueden encontrarse desde unos 75 litros por menos de 100 euros y un poco más con tapa siempre lleno, muy importante para conservar después el vino evitando su contacto con el aire.

Tras el descube afrontaremos el prensado, para lo que existen en el mercado reducidas máquinas manuales que no llegan a los 150 €. Una pequeña bomba y una manguera también son básicas para los trasiegos que, una vez culminada la transformación, contribuyen a clarificar el vino gracias al proceso de sedimentación y decantación bien naturalmente o con el uso de algunos agentes. En este punto hay quien opta por el filtrado -hay filtros caseros de placas por menos de 300 euros-, si bien para muchos expertos este paso es totalmente prescindible salvo que sea estrictamente necesario puesto que resta propiedades al vino.

Los más atrevidos pueden adentrarse en el mundo de la crianza. Para ello se encuentran en el mercado barricas de madera de diferentes capacidades -si bien las más comunes son las de 225 litros-. Su precio varía sustancialmente en función de la procedencia del roble con el que están confeccionadas; una barrica de roble francés puede llegar a triplicar a una de roble americano. Una buena opción para comenzar puede ser hacerse, por un módico desembolso, con algunos de los toneles usados de los que se desprenden las bodegas comerciales cuando renuevan el parque de barricas. Por regla general suelen desecharlas al cabo de cuatro o cinco años porque la madera ya no aporta tantas características al vino como en el periodo inicial pero su vida útil se puede alargar aún varias cosechas más, permitiendo la microoxigenación del vino.

Una vez finalizada la elaboración llega el momento del embotellado. Para elegir el recipiente de vidrio hay múltiples opciones. La botella bordelesa es la más utilizada y hay que tener en cuenta que el pedido se abarata a medida que aumenta el volumen. Ante elaboraciones pequeñas la ayuda de un simple embudo puede ser suficiente, si bien hay disponibles llenadoras por gravedad de incluso solo dos caños por unos 35 €.

Para el cierre, sin dudarlo, el tapón de corcho natural es la alternativa ecológica que garantiza una correcta conservación y evolución del vino en la botella si se lleva a cabo correctamente. Existen encorchadoras de pie por menos de 50€ e incluso manuales por en torno a los 10.

A partir de ahí, si somos coquetos, solo restaría vestir la botella. Podemos ponerle una cápsula, echar mano del amigo con algún conocimiento de diseño para que nos cree nuestra etiqueta personalizada y ¡listos para presumir de vino!

 

Juan Carlos Ontoria

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