Cuando hablamos del vino, nos referimos a una de las bebidas más antiguas que se conocen. De hecho, existen indicios de cultivo de la vid y elaboración de bebidas a partir de las uvas que datan de los años 6.000 y 5.000 a.C. En el Antiguo Egipto representaba un gran estatus social y se empleaba en ritos religiosos y festividades paganas, en la Grecia Clásica se servía en numerosos ritos funerarios y populares e incluso tenía su propia divinidad, Dionisio. Para los romanos era símbolo de riqueza y lujo y se utilizaba en la elaboración de muchos platos, como hacemos hoy en día en nuestra gastronomía nacional. Aunque no sería hasta los siglos XVII y XVIII que se perfeccionaron las técnicas de vinificación y Francia, España e Italia se convirtieron en los grandes productores y exportadores y el vino pasó a ser un producto de consumo habitual, inventándose por cierto en esta época también el tapón de corcho para colocar en la boca de la botella y conservar así de manera óptima el vino y el cava.
Y así, hasta llegar al día de hoy, cuando el vino es una bebida que se aprecia en multitud de escenarios de la vida cotidiana, ya sea para acompañar una comida, bien en celebraciones, o para dar buenas nuevas brindis mediante, una de las costumbres mediterráneas más tradicionales que practicamos.
Lo que quizá desconozcas es que se han conservado auténticas joyas paradas en el tiempo. Hablamos de botellas preservadas durante, no ya años, siglos en algunos casos. Vamos a dar un paseo por la historia y conocer un poco más sobre estos añosos vinos. Es por aquí…
Un paseo por la historia
Una de las reliquias en forma de preciado líquido que ha sobrevivido a los embates del tiempo se encuentra en Estados Unidos, más exactamente en la Universidad de Pennsylvania, Filadelfia. Esta botella de cerámica, que data del siglo III a.C., forma parte de la colección de Arqueología de la universidad y es un excelente ejemplo de la tecnología y la habilidad artística de la antigua Grecia.
Penn Museum
Seguimos nuestro viaje y nos trasladamos ahora al Museo Británico de Londres, donde se guarda un recipiente de cristal que data del siglo I a.C. y que, nos da una idea de la también moderna tecnología con la que se contaba en aquellos días y la importancia que tenía el vino en la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Pero no solo hablamos de museos, también existen botellas de vino antiguas que se han conservado en colecciones privadas y bodegas. Uno de estos famosos ejemplos se encuentra en Estrasburgo, y su cosecha data, nada menos que del año 1472, un blanco seco de Alsacia que ha sobrevivido a guerras, incendios y el paso de los siglos.
Museo Histórico del Palatinado de Speyer
Y es que, la lista de vinos añosos albergados en diferentes bodegas y colecciones alrededor del mundo es larga, pero, si tenemos que hablar del vino más antiguo que se conoce, hay que viajar hasta Alemania, a la ciudad de Speyer, donde se conserva una botella de cristal blanco sellada con cera y con más de 1.650 años de antigüedad y que se localizó en la tumba de un noble romano. Según se pudo saber tras el análisis llevado a cabo por el equipo de químicos que se encargó de ello durante la I Guerra Mundial, conserva un líquido blanco que, como podemos suponer, será ya más un vinagre que un vino…
Bodegas Históricas de los Hospices Civils de Estrasburgo
Tesoros bajo el mar
A lo largo del tiempo, se han encontrado también botellas de vino en el fondo de los océanos, lo que ha dado lugar a un auténtico mercado de vinos antiguos y raros. Uno de los casos más famosos es el del naufragio del Titanic en 1912. Se cree que había cientos de botellas de vino a bordo del barco, algunas de las cuales fueron recuperadas de las profundidades del mar en expediciones posteriores.
También se han encontrado botellas en naufragios más antiguos, como el de un barco romano hundido en el siglo III a.C. en la costa de Italia, y del que se recuperaron varias botellas de ánforas que lo contenían.
No en vano , en los últimos años, algunos productores han comenzado a experimentar con el envejecimiento de vino bajo el mar, aprovechando las bajas temperaturas y la falta de luz y movimiento para crear un ambiente ideal para el envejecimiento de esta preciada bebida.
En definitiva, no hay duda de que, en nuestra cultura mediterránea, el gusto por el vino viene de muy lejos. Quién sabe qué más joyas paradas en el tiempo están aún por descubrirse…
– Raquel González Salvatierra
